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Los orígenes cristianos de la ciencia moderna

  • JAMES HANNAM

No ha habido un gran conflicto entre ciencia y religión, al contrario, el cristianismo fue un factor esencial para la aparición de la ciencia moderna 


hannamlrg La ciencia moderna aparece como uno de los grandes logros de la civilización occidental y pese a lo que podría usted haber escuchado, es un logro de occidente, no del Islam, ni de China ni de la antigua Grecia. Los historiadores de la ciencia son aún reacios para admitir esto. Creo que esto se da porque ellos siempre han sufrido de un complejo de inferioridad en relación a sus colegas de historia. Esto ha significado que la moda del postmodernismo los enganchó muy duro y no quiere soltarlos. Así, los historiadores han desarrollado el hábito de alabar la ciencia árabe y griega como algo exitoso, en sus propios términos, pero han perdido de vista el hecho de que, objetivamente, eran bastante falsas.

Tengo un gran respeto por la antigua Grecia y los filósofos islámicos que lucharon para comprender el mundo. Pero buena parte de lo que enseñaron, sin que fuera necesariamente culpa suya, era lamentablemente inexacto. Por ejemplo, la medicina premoderna fue un desastre no mitigado que tenía más oportunidades para matar a sus pacientes antes que curarlos. Afortunadamente para nosotros, ahora podemos confiar más en que los doctores realmente pueden curarnos de muchas enfermedades. Entonces la historia de la ciencia debe ser la historia de cómo pasamos de estar fundamentalmente equivocados en cuanto al mundo, a estar, en buena parte, en lo cierto. De hecho, la ciencia como la conocemos hoy, con sus laboratorios, experimentos y cultura profesional, es un fenómeno reciente que no apareció sino hasta el siglo XIX. Usualmente buscamos su origen en el periodo de la “revolución científica” pero Galileo y Newton no aparecieron en el vacío. Para entender por qué la ciencia moderna surgió en Occidente, tenemos que remontarnos hasta la Edad Media.

Primero que nada, sin embargo, necesitamos considerar algunos mitos sobre el progreso científico: Una idea errada es que la religión ha detenido a la ciencia en cada oportunidad que ha tenido. Mucha gente aún cree que la ciencia ha avanzado luchando contra la superstición y haciendo el mundo seguro para la investigación racional. Es verdad que ciertas doctrinas religiosas contradicen algunos descubrimientos científicos y que la controversia creación/evolución es uno de esos casos, pero esos enfrentamientos han sido, sorprendentemente, inusuales. Incluso el infame juicio contra Galileo, el otro ejemplo de conflicto que con frecuencia se cita, no fue sino una extraña aberración en la actitud de apoyo usual que la Iglesia tiene para con la ciencia.

De otro lado, son formidables los problemas con la tesis de que ciencia y fe están encerradas en un conflicto histórico. Para comenzar, el inicio de la ciencia moderna en el siglo XVII coincidió con el periodo en el que la creencia cristiana de Europa no era la más fuerte. Solo después de que la ciencia triunfó, la ciencia comenzó a sufrir cierto tipo de declive. Si el cristianismo realmente hubiese tratado de contener el progreso científico, la realidad muestra que podría haber tenido éxito. La ciencia moderna no habría surgido en absoluto en la Europa cristiana.

Como suele suceder, mucha de la evidencia que se usa para favorecer la tesis del conflicto es en realidad fraudulenta. La Iglesia nunca trató de prohibir la disección humana, nadie fue quemado a causa del trabajo científico y ninguna persona educada en la Edad Media pensó que el mundo era plano, sin importar lo que la Biblia pudiese implicar. Las historias sobre los Papas excomulgando cometas o prohibiendo pararrayos en las iglesias resultaron ser pura ficción. Los celosos historiadores victorianos sí encontraron casos de estupidez eclesial, pero en su mayoría no existía evidencia de aquello, así que simplemente la inventaron.

En la Europa medieval, las cosas eran diferentes. El defectuoso método de Aristóteles fue respondido por la Iglesia Católica, lo que permitió que florecieran ideas que habían sido prohibidas.

Otro mito sobre el origen de la ciencia es que los occidentales solo tuvieron que tomar la posta de los antiguos griegos o, como se dice más recientemente, del califato islámico. En realidad, la ciencia moderna es cualitativamente distinta de la filosofía natural practicada por los gustos de Aristóteles o Avicena. Aristóteles comenzó con la observación pasiva de la naturaleza y luego construyó un sistema basado en el argumento racional. Esto tenía dos enormes desventajas: comparada con los experimentos controlados, la observación pasiva es usualmente confusa y, ni siquiera la capacidad de raciocinio de Aristóteles, podía prevenir los desatinos en sus argumentaciones.

La discusión de Aristóteles sobre el movimiento es un ejemplo de ello. Él observaba que los objetos cotidianos tendían a detenerse cuando nada los empujaba. A partir de esta observación, dedujo el principio de que todos los objetos que se mueven deben ser movidos por algo más. Así que elevó este principio al estatus de certeza lógica y luego la usó para explicar otros tipos de movimientos. Incluso pensó que había probado exitosamente la existencia de Dios. Si el universo como un todo está lleno de movimiento, argumentaba, requiere entonces alguien que lo mueva desde el exterior, que es Dios, para que se siga moviendo. Pero, por supuesto, la observación inicial de Aristóteles era solo un ejemplo específico sin ninguna aplicabilidad general. Ahora sabemos que los objetos no se detienen cuando no hay fuerza sobre ellos, sino que tienden a seguir en línea recta: un principio entronizado como la Primera Ley de Newton. Otras observaciones llevaron a Aristóteles a decretar como cierto que no puede existir el vacío; que los objetos pesados caen más rápido que los más ligeros y que la tierra debe ocupar el centro del universo. Todo eso estaba errado. ¡Ay Aristóteles!, estaba equivocado sobre casi todo. Esto no pasó porque fuera tonto sino porque estaba practicando la filosofía natural que nunca podría llevarlo a teorías verdaderas. Su método científico sí que lleva a la locura.

Hubo, sin embargo, una importante excepción a esta regla. Los griegos y los árabes sí destacaron en matemáticas. Esto sucedió porque el racionalismo puro necesita responder cuando se restringe solo a la geometría. Los imanes (ndt: líderes musulmanes) tenían muchos usos para las matemáticas: el calendario musulmán sigue a la luna y no al año solar; y las mezquitas debían estar orientadas hacia la meca. Ambas situaciones requerían soluciones matemáticas. Se dice que las complejas reglas de la herencia islámica también hacían indispensable el álgebra. Incluso esta palabra es una distorsión de al-jabr, el nombre de un libro árabe ampliamente utilizado por los cristianos.

En la Europa medieval las cosas eran diferentes. El defectuoso método de Aristóteles fue respondido por la Iglesia Católica, lo que permitió que florecieran ideas que habían sido prohibidas. La Iglesia también hizo filosofía natural, una parte obligatoria del curso que debían llevar los teólogos. Entonces, a diferencia del Islam, la ciencia tuvo un lugar central en los centros cristianos de aprendizaje y, sorprendentemente, el cristianismo permitió tener una perspectiva de las cosas que era especialmente compatible con la ciencia experimental.


En 1085, la gran ciudad islámica de Toledo en España cayó ante Alfonso IV, rey de Castilla. Las fuerzas cristianas capturaron la magnífica biblioteca intacta y pronto se corrió la voz sobre las fabulosas riquezas que contenía. Los europeos eran muy conscientes de haber perdido mucho de lo aprendido del mundo antiguo luego de la caída de Roma y buscaban readquirirlo. El movimiento resultante para traducir el árabe y el griego al latín significó que por el año 1200, los cristianos estaban de vuelta en la ciencia y las matemáticas. Inicialmente, algunos hombres de iglesia eran suspicaces sobre todo este nuevo conocimiento y temían que pudiese ser mal usado para desafiar la fe. Cuando se encontró un nido de herejías en Paris y sus alrededores, el pánico resultante llevó a una prohibición temporal de la filosofía natural de Aristóteles. Los académicos estaban furiosos y exigían que los libros prohibidos fueran repuestos. Entonces, luego de un intervalo decente, el Papa eliminó la prohibición y Aristóteles retomó su lugar en el corazón de la educación cristiana.

Como hemos visto, el peligro de Aristóteles estuvo en su método. Ya era suficientemente malo que algunas de sus conclusiones contradijeran la teología revelada, pero el problema se intensificó más porque él había intentado llegar a los resultados deduciblemente y lo hizo parecer lógicamente necesario. Sus admiradores no solo alegaban que eso era correcto, sino que además decían que tenía que estar bien. Dios mismo estaba ligado a ese pensamiento de Aristóteles porque, pese a su omnipotencia, los teólogos medievales estaban de acuerdo en que ni siquiera la divinidad podía desafiar la lógica.

Esto le dio a los cristianos una buena razón para creer que la ciencia era una aventura práctica, que la naturaleza no seguía las reglas fijas que podían descubrirse. También era un camino justo a seguir.

Pero Aristóteles estaba equivocado en buena parte de su filosofía natural. La ciencia no iría a ningún lado sino hasta que la mano muerta del sabio griego fuera sacada de allí.

La Iglesia tuvo que lidiar con esto pese a que estaba interesada en la teología y no en la ciencia. El Obispo de París, con la aprobación del Papa, dio a conocer una lista de opiniones extraídas de la obra de Aristóteles y sus seguidores medievales, que declaró herética. El efecto fue paradójicamente liberador. De pronto, los filósofos europeos estuvieron libres para pensar fuera de la caja aristotélica. Ya podían asumir que los griegos no siempre tenían razón. Los vacíos ya no eran imposibles. Podía haber más de un universo. Ahora podían especular sobre todo tipo de cosas que antes eran reguladas de una sola forma. El resultado fue que el siglo XIV se convirtió en una era de oro en la que se colocó la base de las ideas que luego llevaron a los libros de Copérnico y Galileo.

La Iglesia aún tuvo que ser convencida de que la filosofía natural podía ser un baluarte y no un obstáculo para la teología. El trabajo de la persuasión fue realizado por el fraile dominico Tomás de Aquino. En su grandiosa obra la Suma Teológica, Tomás explicó claramente cómo la fe y la razón podían ser reconciliadas. Proporcionó argumentos racionales para la existencia de Dios y usó la lógica para defender la fe cristiana. Los esfuerzos de Tomás hicieron que la filosofía fuera más segura ante los ojos de la Iglesia y consolidó su posición como parte obligatoria del curso que los doctores en divinidad debían seguir. A medida que las nuevas universidades producían graduados, hubo un incremento masivo en el número de personas que tenían conocimiento de la ciencia y las matemáticas. Y debido a que las universidades tenían que enseñar filosofía natural, también proporcionaban un hogar para tantos profesionales que podían dedicar su carrera a ella.

Dadas las percepciones actuales de un conflicto entre la ciencia y la religión, sorprende saber que el Cristianismo demostró ser singularmente complaciente con el estudio de la naturaleza. Aunque hay poco en la Biblia que puede llamarse ciencia, el libro del Génesis es muy claro sobre el origen del universo. Contraria a la perspectiva de Aristóteles de que es eterno, la Biblia dice que el mundo fue creado por Dios al comienzo de los tiempos. Los cristianos creían que el mundo fue creado ex nihilo, de la nada. Dios no tuvo que trabajar con material preexistente que resistiera sus propósitos. Esto significa, como afirma el Génesis, que la creación fue todo lo “buena” que Dios quiso que fuera. Los teólogos cristianos sostenían que Él además permitió que el mundo se desarrollara libremente a través de las leyes naturales que Él había ordenado. El orden de la naturaleza siguió estas leyes en vez de que Dios personalmente haya tenido que manipular cada átomo. Este es un contraste con la doctrina musulmana, con frecuencia llamada ocasionalismo, que señala que Alá es la única fuente de la causa y el efecto. No había necesidad de leyes naturales sino sólo la voluntad directa de Alá.

Otro dato para el Dios Cristiano fue su confiabilidad. No era un caprichoso como los olímpicos de la Grecia Antigua ni estaba enteramente más allá de la comprensión humana, como Alá. Esto significaba que los filósofos naturales sabían que podían depender de las leyes que Él había establecido. La naturaleza misma debía reflejar a su creador al obedecer Sus mandamientos. Esto le dio a los cristianos una buena razón para creer que la ciencia era una aventura práctica, que la naturaleza no seguía las reglas fijas que podían descubrirse. También era un camino justo a seguir. Sin embargo, debido a que Dios era libre para hacer lo que quisiera, era imposible trabajar fuera de las leyes de la naturaleza solamente desde el análisis racional. La única forma de descubrir Su plan era salir y mirar.

Es en medio de este desarrollo cristiano y la continua tradición medieval de la filosofía natural que Copérnico, Kepler y Galileo desarrollaron su trabajo, pero sus descubrimientos fueron solo un importante capítulo en la historia de la ciencia occidental, la única ciencia que ha producido consistentemente verdaderas teorías sobre la naturaleza.  

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Agradecimiento

hannam1 James Hannam. "The Christian Origins of Modern Science". Tomado de God's Philosophers: How the Medieval World Laid the Foundations of Modern Science (Londres: Icon Books, 2009).

Este artículo es publicado con permiso del autor, James Hannam.

Sobre El Autor

hannamhannam1 James Hannam tiene un título en física de la Universidad de Oxford y un doctorado en historia y en filosofía de la ciencia de la Universidad de Cambridge. Escribe sobre la historia premoderna y la historia moderna naciente de la ciencia y religión. Su primer libro God's Philosophers: How the Medieval World Laid the Foundations of Modern Science fue publicado por Icon en 2009 (que apareció en Estados Unidos como The Genesis of Science: How the Christian Middle Ages Launched the Scientific Revolution) y sus artículos han aparecido en diversas publicaciones incluyendo The Spectator, el Mail on Sunday, History Today y First Things. También ha contribuido e diversas publicaciones académicas. El Dr. Hannam es miembros del Foro de Ciencia y Religión y de la Sociedad Británica de Historia y Ciencia.

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